Todo os lo procuráis por el propio esfuerzo: el dinero, la casa, los alimentos, las comodidades, lo necesario y lo superfluo, el éxito, la gloria, el poder… Todo esto os lo procuráis sacándolo de vosotros mismos, y sólo la felicidad la esperáis de los demás.

De tal suerte os entregáis al amor, por ejemplo, con la loca esperanza de que sea una mujer -o un hombre si sois mujeres- el que os haga feliz; y al daros cuenta de que no sois felices con el amor, os revolvéis furiosos contra él. De la misma manera esperáis la felicidad de vuestros padres, o de vuestros hijos, o de un tío que tenéis en el Extranjero y que no escribe desde hace once años; y ante el desmoronamiento de vuestros sueños, maldecís de los padres, de los hijos y del tío del Extranjero. O esperáis la felicidad de la Lotería Nacional, con el consecuente y lógico desencanto. O esperáis la felicidad de un nuevo Gobierno, lo que os arrastra a vivir en un perpetuo deseo de crisis. O, en fin, esperáis la felicidad de un cambio de régimen político y ensangrentáis vuestras manos en el charco rojo de las revoluciones para caer luego en la pesadumbre de haber cometido crímenes inútiles.

Enrique Jardiel Poncela, La tournee de Dios