El pensador occidental ignora los necesarios límites en que se encierra la validez de sus asertos; no sabe que sus “verdades inconmovibles”, sus “verdades eternas”, son verdaderas solo para él y son eternas solo para su propia visión del mundo; no cree que sea su deber salir de ellas para considerar las otras que el hombre de otras culturas ha extraído de sí y afirmado con idéntica certeza.

Oswald Spengler, La decadencia de occidente, vol. I

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