Si se bloquean calles y trenes, se debería oír y mostrar a los damnificados, a los inocentes viajeros; pero casi nunca sucede así. Por lo general, la televisión lleva a las pantallas sólo a quien ataca, al que se agita, de tal modo que la protesta se convierte en un protagonista desproporcionado que siempre actúa sinceramente (incluso cuando se ha equivocado de parte a parte). Atribuir voces a las reclamaciones, a las quejas y a las denuncias está bien. Pero para servir de verdad a una buena causa, y hacer el bien, es necesario que la protesta sea tratada con imparcialidad. Donde hay una acusación, tiene que haber también una defensa. Si se muestran imágenes de la persona que ataca, se deben retransmitir también imágenes de la persona atacada. Sin embargo, el ataque en sí mismo es un “visible” y produce impacto; la defensa, normalmente, es un discurso. Dios nos coja confesados. De este modo, la pantalla se llena de manifestaciones, pancartas, personas que gritan y lanzan piedras e incluso cócteles Molotov y tienen siempre razón en las imágenes que vemos, porque a su voz no se contrapone ninguna otra voz.

Giovanni Sartori, Homo videns

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