No existe un solo ser que no atraviese por instantes de debilidad; no hay un solo hombre que se baste a sí mismo; el individuo más encopetado se ve obligado un día a esconderse debajo de un diván; el emperador más poderoso, el apóstol más puro, el genio más universal, sufre alguna vez un cólico que le obliga a pasarse toda una noche gimiendo y revolcándose en sudor frío. El hombre es una pobre criatura inerme y, sin embargo, cada vez es más soberbio y está más orgulloso de sí y prescinde más de todo apoyo y se siente más autónomo.

Enrique Jardiel Poncela, La tournee de Dios